Me sorprende la facilidad con la que algunas personas encuentran al amor de su vida tantas veces en su vida.
El otro día se me cayó un vaso al suelo. Y se me rompió en un montón de trozos diminutos. Había vidrios debajo de todos los muebles. Un desastre, vamos. Después de barrerlos, vi que había trozos más grandes que otros. Si hubiera tenido paciencia, los habría podido volver a unir, pero el vaso ya nunca habría vuelto a tener la apariencia que tenía antes.
Las personas somos como vasos de cristal. Resistimos ciertos golpes, pero de una caída al vacío desde una gran altura no podemos salvarnos. Durante toda nuestra vida, vivimos siendo vasos enteros hasta que conocemos a alguien que nos llena, como se llenan los vasos de vino. Vivimos durante unos tiempos llenos, rebosantes de placer y felicidad. A veces el vaso no se vacía nunca. Suerte la del comensal que siempre tenga vino en su copa.
Pero otras veces, de repente…
crash.
Caída al vacío y toda la cocina perdida de amor. Te rompen de un plumazo y se acaba el vino. Te hunden, más profundo que el Titanic. Te esfuerzas por entenderlo, pero nunca lo haces. Acabas asumiéndolo y ya está. A lo mejor apareció otro vino mejor, o simplemente se acabó la sed de vino y el vaso se fue a la puta. O puede que ni fueras vino. Lo mismo eras calimocho. Imagínate el percal: “¿Me dices que no queda vino y no son ni las 2 de la mañana?”
Te rompen entera y tienes que andar por ahí, sin escayola. Ale, apáñatelas. Te pones parches, tiritas. Remiendos. Pero ni otros besos saben igual, ni otras miradas estremecen de la misma forma, ni otras sonrisas provocan tanta euforia. Joder, qué puto cursi. Y ya puedes estar en los días más calurosos de julio, que va a dar lo mismo. Te vas a congelar.
Pasa el tiempo. Ese que siempre lo cura. Pasan muchos artistas, pero sólo son pintores de brocha gorda. Porque no todos tendrán la paciencia de encontrar todos los trozos (incluso los que estaban detrás del frigorífico). Algún día puede que sí, que llegue alguno con más precisión que Bernini y te recomponga los pedazos (¡hasta los que estaban detrás del frigorífico!). El vaso volverá a parecer un vaso, aunque ya no sea nuevo ni esté intacto. Pero quién sabe, puede que los trozos ajusten tan bien que lo mismo puedes volver a llenarlo de vino. Sólo que ahora tendrás más cuidado y no lo dejarás en el borde de la mesa.
Tendemos a darle más importancia a la persona que rompe el vaso que a la que lo arregla. A la que hizo ‘crash’, y no a la que hizo ‘clic’. ¿Por qué? ¿es que tiene más mérito romper algo que arreglarlo?.
Me sorprende la facilidad con la que algunas personas encuentran al amor de su vida tantas veces en su vida. Demasiados ‘crash’ para un sólo vaso. Cuando ‘Crash’ sólo hay uno. Es duro reconocerle a alguien que no va a ser el boom de tu vida. Porque ya hubo un boom y terminó en crash. El vaso ya no puede hacer el mismo sonido porque ha cambiado de apariencia. Pero clic es el sonido más bonito que puedes escuchar después de un crash.
Lo ideal sería vivir en un eterno boom y nunca escuchar un crash. Lo bueno sería que el clic les llegase a dos personas a la misma vez. Pero la realidad no es una película de Disney que acaba en boda y con todo el mundo comiendo perdices.
No puedo deciros qué narices hay después de un clic porque no lo he vivido todavía, y sinceramente, no me apetece escucharlo. Pero si alguien lo sabe, sería interesante escucharlo. Estaré esperando desde esa terraza desde la que se veía la torre de la catedral de Murcia, donde me quedé a vivir. Me quedaré sujetando un vaso hecho pedazos, bebiendo del vino que no quiero que acabe.